Sonsoles Echavarren. 24-9-2017. Juegos al aire libre, conciertos de flauta, partidos de
fútbol y baloncesto y clases de español. Son algunas de las actividades que han
practicado este verano seis estudiantes de la Universidad de Navarra y de la
UPNA. Y lo han hecho con niños y adolescentes huérfanos marroquíes. Las
universitarias se desplazaron a Tetuán (norte de Marruecos) con la asociación
Amal Al Atfal para ayudar a que estos menores pasaran unas vacaciones más
entretenidas en una casa de verano, ‘Dari’. “Nuestro objetivo era que
aprendieran a superar las dificultades y a hacerse valer” coinciden las pamplonesa
Silvia Cañada Erburu (estudiante de 2º de Sociología en la UPNA), Ana Bañón
Marco (2º de Pedagogía y Magisterio Infantil en la UN), Ainhoa Herrando Oroz
(3º de Psicología en la UN), Inés Motilva Sanz (3º de Asistente de Dirección la
UN) y sus compañeras, la toledana Paloma de la Paz Romero (4º de Medicina) y la
santanderina Fátima Ruiz Fuster (doctorado en Pedagogía).
Fue precisamente esta última la que conocía al presidente de
la Sociedad Mediterránea para el Desarrollo y la Cooperación, José Ángel
Candelo, quien les planteó la posibilidad de ir a ayudar. Fátima Ruiz, de 23
años, expuso el proyecto en la Facultad de Pedagogía y enseguida encontró
apoyo. “Nos donaron dinero para comprar materiales (flautas, juegos de mesa,
gorras, balones y hasta chucherías)”, cuenta. Muchas estudiantes de la facultad
y otras amigas se sumaron a la iniciativa. “Ha sido estupenda. Nos llevamos
parte de una familia”, añade Silvia Cañada, de 19 años.
En el festival que organizaron este verano en la Casa de España de Tetuán |
Las voluntarias trabajaban todas las mañanas, de 10 a 14
horas, con la mitad de los niños del orfanato: unos diez pequeños de entre 6 y
16 años. “No todos son huérfanos. Algunos tienen padres que no les pueden
atender pero tampoco pueden ser adoptados”, explica Paloma de la Paz Romero, de
21 años.
‘CHICAS SOLAS’
Las jóvenes cuentan que a los marroquíes les llamaba mucho
la atención ver a ‘chicas solas’ haciendo la compra en el Zoco o montando en
bici entre Martil (donde vivían) y Tetuán. “Pero nos respetaban
mucho”.
A pesar del calor, debían ir con pantalón y manga larga. Y
todas las mañana, al terminar las clases dedicaban unos minutos al ‘Sucram’
(dar gracias, en árabe). “Los niños solo hablaban árabe pero, al final y con
esfuerzo, llegamos a entendernos”. Al finalizar la estancia, organizaron un
festival con los niños en Casa España. “Fue muy gratificante. ¡Logramos hasta
hacer coreografías!”
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